Imagen: Antiqva
En la capilla del faraón Intef, que reinó a fines del Primer Periodo Intermedio, delante de la representación de un cantor que está tocando el arpa, se reprodujo un himno que nos habla de la muerte y del más allá en un tono que produce una sensación inmensa de sorpresa por el pesimismo que en contra de las creencias que existían en Egipto se desprende del texto. Más sorprendente todavía es que Intef accediera a que ese canto quedara reflejado en la capilla de su tumba.
Sobresale el modo en que el autor del texto, escéptico ante la vida en el más allá, pone en duda las creencias funerarias y nos invita a disfrutar de todo lo que de agradable tiene la existencia:
“Generaciones y más generaciones desaparecen y se van,
otras se quedan, y esto dura desde los tiempos de los Antepasados,
de los dioses que existieron antes
y reposan en sus pirámides.
Nobles y gentes ilustres
están enterrados en sus tumbas.
Construyeron casas cuyo lugar ya no existe.
¿Qué ha sido de ellos?
He oído sentencias
de Imuthés y de Hardedef,
que se citan como proverbios
y que duran más que todo.
¿Dónde están sus moradas?
Sus muros han caído;
sus lugares ya no existen,
como si nunca hubieran sido.
Nadie viene de allá para decir lo que es de ellos,
para decir qué necesitan,
para sosegar nuestro corazón hasta que abordemos
al lugar donde se fueron.
Por eso, tranquiliza tu corazón.
¡Que te sea útil el olvido!
Sigue a tu corazón
mientras vives.
Ponle olíbano en la cabeza.
Vístete de lino fino.
Úngete con la verdadera maravilla
del sacrificio divino.
Acrecienta tu bienestar,
para que tu corazón no desmaye.
Sigue a tu corazón y haz lo que sea bueno para ti.
Despacha tus asuntos en este mundo.
No canses a tu corazón,
hasta el día en que se eleve el lamento funerario por ti.
Aquél que tiene el corazón cansado no oye su llamada.
Su llamada no ha salvado a nadie de la tumba”.
Sorprende el escepticismo ante el más allá que impregna este himno de arpista. El autor no oculta su falta de fe y la actitud negativa de su alma ante la desesperanza, algo propio de unos momentos de crisis en que los egipcios sintieron que todo se desmoronaba. En todo caso, el hedonismo que se desprende de este poema causaría menos sorpresa en momentos más tardíos, cuando las creencias religiosas egipcias se habían ido relajando con el paso del tiempo. El autor nos insiste en que debemos aprovechar el día a día para vivir y sentimos la amenaza de su amargura cuando nos advierte que tras la muerte no existe ninguna seguridad de que podamos desarrollar otro tipo de existencia:
“Hazte, por tanto, el día dichoso,
y no te canses nunca de esto.
¿Ves?, nadie se ha llevado sus bienes consigo.
¿Ves?, ninguno de los que se fueron ha vuelto”
En la capilla del faraón Intef, que reinó a fines del Primer Periodo Intermedio, delante de la representación de un cantor que está tocando el arpa, se reprodujo un himno que nos habla de la muerte y del más allá en un tono que produce una sensación inmensa de sorpresa por el pesimismo que en contra de las creencias que existían en Egipto se desprende del texto. Más sorprendente todavía es que Intef accediera a que ese canto quedara reflejado en la capilla de su tumba.
Sobresale el modo en que el autor del texto, escéptico ante la vida en el más allá, pone en duda las creencias funerarias y nos invita a disfrutar de todo lo que de agradable tiene la existencia:
“Generaciones y más generaciones desaparecen y se van,
otras se quedan, y esto dura desde los tiempos de los Antepasados,
de los dioses que existieron antes
y reposan en sus pirámides.
Nobles y gentes ilustres
están enterrados en sus tumbas.
Construyeron casas cuyo lugar ya no existe.
¿Qué ha sido de ellos?
He oído sentencias
de Imuthés y de Hardedef,
que se citan como proverbios
y que duran más que todo.
¿Dónde están sus moradas?
Sus muros han caído;
sus lugares ya no existen,
como si nunca hubieran sido.
Nadie viene de allá para decir lo que es de ellos,
para decir qué necesitan,
para sosegar nuestro corazón hasta que abordemos
al lugar donde se fueron.
Por eso, tranquiliza tu corazón.
¡Que te sea útil el olvido!
Sigue a tu corazón
mientras vives.
Ponle olíbano en la cabeza.
Vístete de lino fino.
Úngete con la verdadera maravilla
del sacrificio divino.
Acrecienta tu bienestar,
para que tu corazón no desmaye.
Sigue a tu corazón y haz lo que sea bueno para ti.
Despacha tus asuntos en este mundo.
No canses a tu corazón,
hasta el día en que se eleve el lamento funerario por ti.
Aquél que tiene el corazón cansado no oye su llamada.
Su llamada no ha salvado a nadie de la tumba”.
Sorprende el escepticismo ante el más allá que impregna este himno de arpista. El autor no oculta su falta de fe y la actitud negativa de su alma ante la desesperanza, algo propio de unos momentos de crisis en que los egipcios sintieron que todo se desmoronaba. En todo caso, el hedonismo que se desprende de este poema causaría menos sorpresa en momentos más tardíos, cuando las creencias religiosas egipcias se habían ido relajando con el paso del tiempo. El autor nos insiste en que debemos aprovechar el día a día para vivir y sentimos la amenaza de su amargura cuando nos advierte que tras la muerte no existe ninguna seguridad de que podamos desarrollar otro tipo de existencia:
“Hazte, por tanto, el día dichoso,
y no te canses nunca de esto.
¿Ves?, nadie se ha llevado sus bienes consigo.
¿Ves?, ninguno de los que se fueron ha vuelto”