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martes, 28 de agosto de 2007

PAN Y CHOCOLATE

La tienda de ultramarinos de nuestro barrio, allá por los años cincuenta, realizaba una importante función social. La señora Benita, que regentaba el modesto establecimiento de comestibles, tenía siempre al alcance de su mano un sobado cuaderno escolar en el que, yo diría que con inmensa piedad, anotaba las deudas de sus clientes. De hecho, a pesar de la dureza de aquellos años, nunca escuché que se negará a vender a alguien “al fiado”.

En honor a la verdad he de decir que en mi casa nunca supimos lo que era pasar hambre, pero lo cierto es que el jornal de mi padre se consumía en los dos o tres días siguientes a su cobro pagando pequeñas deudas atrasadas y a partir de ese momento, hasta que llegaba la paga del mes siguiente, todas las compras de comestibles eran registradas por la señora Benita, con una diligente caligrafía, utilizando un sencillo lapicero.

Es preciso reconocer que esas “facilidades” ayudaban a las familias de nuestro entorno a superar las estrecheces de aquellos tiempos. Cuando el deudor pagaba, la señora Benita, con una goma de borrar, daba de baja las anotaciones. El espacio situado debajo del nombre quedaba así nuevamente en blanco y muy pronto comenzaba a registrar nuevos apuntes. Aquel trajín de anotar y borrar deudas tenía como consecuencia que el cuaderno, tan manoseado, presentara un aspecto poco respetable.

Tenemos que reconocer que esas libretas de deudas, que los parroquianos pagaban tan pronto como cobraban el jornal del mes, cumplieron en los años de la posguerra una función social que hoy contemplamos con nostalgia. En estos tiempos modernos también compramos “al fiado” en las grandes superficies y en los supermercados, pero utilizamos unos sofisticados medios de pago -tarjetas con componentes informáticos y electrónicos- que ya no implican ningún riesgo de quebranto para los modernos tenderos.

Sirvan estas líneas, pasados ya tantos años, para agradecer a la señora Benita la ayuda que prestó en aquellos tiempos a las familias más modestas del barrio.

Cuantas veces escuché decir a mi madre:

- “¡Anda, hijo, vete a comprar una libra de chocolate y le dices a la señora Benita que ya se lo pagará tu mamá…”

Encargo que uno cumplía con diligencia y satisfacción, ya que al volver a casa me esperaba una suculenta merienda a base de pan y chocolate…

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